La clásica sandalia Birkenstock y el arte de la “anti-moda”
Con su plantilla de corcho ortopédica, la icónica prenda alemana se ha convertido en un símbolo de estatus, no tanto de dinero como de buen gusto. el viernes ingresó a un club de marcas de lujo.
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Ahí están. Dos piernas blancas, cortadas por calcetines oscuros y -¡oh, shock!- un par de sandalias de cuero. No son las piernas de un alemán caminando del living a la cocina, ni las de un turista inglés en alguna playa española (para risa y espanto de los locales). Son las piernas de Gigi Hadid, o de Kaia Gerber, o las de su famosa madre, Cindy Crawford. No están en la playa, ni en sus casas, sino desfilando por una calle cualquiera.
Modelos y fashionistas han hecho de este expecado de la moda, la nueva tendencia. No se trata de sandalias cualquiera, sino de Birkenstocks. Interrumpo para agregar que mis amigos alemanes, todos sobre 40, todavía viran los ojos cuando ven a alguien (sí, a mí también) usando fuera de casa un par de estas sandalias ortopédicas. Hay que entenderlos, hasta hace unos 10 años atrás, las Birkenstock eran estrictamente "Hauschuhe". Los zapatos que usabas al interior de casa, apenas abrías la puerta.
Hoy, ya no son solo parte básica del vestuario fashionista, sino también acaba de ingresar a un selecto club de marcas de lujo. Tras meses de especulaciones y la aparente disputa con el fondo CVC Capital Partners, la firma de capital de riesgo L Catterton anunció el viernes la adquisición de Birkenstock, en una operación que valorará a la empresa familiar alemana en casi US$ 5.000 millones.
L Catterton es la firma de inversiones respaldada por Bernard Arnault, el hombre detrás del grupo de lujo LVMH (Louis Vuitton, Dior, Bulgari, etc.) y dueño de una de las mayores fortunas de Francia. La operación marca un giro radical para una de las marcas alemanas más emblemáticas.
Los orígenes de Birkenstock son humildes, y datan de 1774, cuando el zapatero Johann Adam Birkenstock se estableció en Langen-Bergheim, un pueblo que es hoy parte del cono urbano de Fráncfort. La empresa como tal fue fundada en 1896, por Konrad Birkenstock, quien patentó también la famosa plantilla ortopédica que es el sello de las sandalias. Desde entonces se ha mantenido en manos de la familia, que hoy está en su sexta generación.
Para entender el pudor que algunos alemanes aún sienten al ver a gente desfilando con Birkenstocks por la calle, hay que recordar que antes de las bestseller sandalias Arizona, por años la marca se concentró solo en plantillas ortopédicas. "Sofort Schmerzfrei gehen" o "Camina sin dolor de inmediato" era la promesa bajo las cual se vendían las plantillas.
Las sandalias que conocemos ahora no surgieron hasta 1964, e incluso cuando llegaron a EEUU, quedaron relegadas a las tiendas de productos naturales. De los pies de miles de hippies en los '60, las Birkenstocks tuvieron su primer encuentro con el mundo de la moda en los años '90, de la mano de los trendsetters de la época, Kate Moss y Marc Jacobs. Pronto fueron adoptadas por una tribu que podría definirse como verdes y liberales. Los términos le van bien a una marca vinculada siempre con el concepto de salud, que ahora se ha extendido a otros productos, incluyendo cosméticos y hasta soportes de cama especiales.
En un blog en su sitio corporativo, Birkenstock destaca la historia de leales usuarios de la marca: un monje budista, una exbanquera, una atleta. Las historias comparten algo en común, sus protagonistas han roto con las normas o con lo que se esperaba de ellos y han seguido su propio camino. De la misma forma que la humilde sandalia ortopédica ha mantenido su plantilla de corcho y amplias tiras de cuero, independiente de las tendencias del mercado.
"Son tan simples, que van con todo", dicen estilistas. Esto no quiere decir que no hagan cambios. "Dirijo una startup que tiene 245 años", declaró Oliver Reichert, uno de los dos CEO de la firma, en un evento de marketing en Hamburgo antes de la pandemia. Junto a Markus Bensberg, Reichert asumió el control en 2013. "La familia prácticamente no interviene en el manejo de la empresa", declaró. Pero los hermanos Alex y Christian Birkenstock fueron quienes tomaron la decisión, en 2013, de hacer la gran reestructuración que dejaría a Reichert y Bensberg a cargo.
Seguramente identificaron que no podían desaprovechar el regalo de Phoebe Philo, entonces diseñadora a cargo de la marca de lujo Celine. Fue ella quien reinventó las "Birks" y las llevó a las pasarelas, en su colección de primavera.
Lo que siguió fue una serie de decisiones radicales, según describe el propio Reichert. Cierre de unidades, inversión en más fábricas en Alemania, retomar el control de la distribución, y hasta suspender la venta a través de Amazon, porque la plataforma no hacía lo suficiente contra las falsificaciones de su producto. La estrategia ha funcionado. Birkenstock pasó de vender alrededor de 10 millones de sandalias en 2012 a unos 25 millones.
Además, Vogue, la biblia de la moda, la declaró "el zapato de 2020". Una forma elegante de decir, "el zapato de la cuarentena". Porque a nadie se le ocurre usar zapatos altos o con cordones para sus conferencias en Zoom. Recientemente, Birkenstock lanzó 1774, su línea de colaboraciones con diseñadores como Valentino o Rick Owens. Esta es la gama de lujo, en la que cada par puede costar por sobre los US$ 400, lejos de los US$ 60 del par promedio.
Con la venta a un fondo privado, Birkenstock se une a la lista de otras empresas familiares europeas que han buscado capitales al ser redescubiertas por una nueva generación, como Dr. Martens o Bulgari. Los fondos que las adquieren suelen impulsar su expansión, para luego recuperar su inversión a través de aperturas a bolsa. Reichert ha dicho que la competencia y las imitaciones "le dan lo mismo". Birkenstock, en manos de la familia o un fondo privado, seguirá haciendo lo mismo: sandalias ortopédicas... pero fashion.